Por Historia National Geographic

Una muchacha de piel pálida tocada con un turbante y que luce una enorme perla
como pendiente sobre un fondo oscuro.

¿Por qué nos fascina una obra de arte tan aparentemente sencilla?
Lo explicamos en el #HiloNatGeo: «La joven de la perla», de Vermeer.

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Johannes Vermeer pintó «La joven de la perla» hacia 1665. Es un óleo sobre lienzo de 39 x 44,5 cm y en la actualidad está expuesto en el museo Mauritshuis de La Haya (Países Bajos).
Al lado, una madre despioja a su hijo, la imagen más temida en el chat de padres de la escuela.

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Lo primero que debes saber sobre este retrato es que NO es un retrato. Es un «tronie», literalmente, un rostro: estudios de personaje caracterizados a menudo con vestimentas exóticas o con una gesticulación exagerada.

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Estas obras fueron muy populares en el siglo XVII en la pintura flamenca y de los Países Bajos.
Simbolizaban conceptos tan dispares como la juventud, la vejez, la sabiduría, la fuerza, el vicio,
la virtud… Y también servían al pintor para demostrar su talento.

Así, aunque Vermeer se basara en alguien que conociera, la joven de la perla no es nadie en
particular. Su cara no tiene lunares, no le vemos el pelo ni otra característica que permita
identificarla. Y su ropa no cuenta con ningún elemento muy detallado.

Vermeer no pintó todos los detalles que tú ves. Lo que se supone que es la nariz es solo un juego de luces y sombras, ¡el puente de la nariz no existe, es una continuación de la mejilla derecha!

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Igual que el gran atractivo de la joven, su cautivadora mirada. ¿Curiosa, triste, enamorada?
Vermeer dejó el contorno de los ojos indefinido y nuestro cerebro rellena los vacíos y determina
cómo nos mira la chica. Por eso hay una chica diferente para cada espectador.

La ropa está pintada de forma esquemática, sin detalles ni adornos. Aún así, si nos acercamos mucho se aprecian diferencias entre el cuello blanco de la camisa, un empaste con pinceladas cargadas de pintura espesa para dar volumen, y la pintura más seca del turbante.

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Las jóvenes neerlandesas de la época no vestían turbantes como este, que le da un toque exótico a su obra. Parece que salió directamente de un baúl de disfraces del propio Vermeer.

Está pintado con azul de ultramar, un apreciado y caro tinte importado de Asia que Vermeer
usaba con asiduidad. Un toque de distinción para gente sencilla, como «La Lechera»

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Vermeer era un maestro del color y de la luz. En «La joven de la perla», el sutil cambio de
tonalidad azul claro a oscuro se asemeja al oleaje del mar.

Los labios carnosos y rojos, ligeramente separados, como si estuviera a punto de decir algo, son, otra vez un juego de pinceladas sutiles: Vermeer añadió sobre la pintura roja destellos blancos para que parezcan húmedos.

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Pero tal vez el trampantojo más espectacular esté en la oreja de la chica.
El elemento que da nombre a la obra no existe, son apenas dos pinceladas blancas sobre el cuello que de lejos, nuestro cerebro interpreta como un círculo.

Por no haber, ni siquiera hay una cadenita que sostenga el pendiente a la oreja, está literalmente levitando. En la imagen infrarroja se aprecia perfectamente que no se molestó en pintar nada parecido.

La fotografía infrarroja revela dos curiosas características más de la obra: pequeñas zonas en las que la pintura ha desaparecido y han sido restauradas por los profesionales del museo
(sin que podamos apreciar la diferencia a menos que nos acerquemos mucho, muchísimo)…

… Y que Vermeer realizó la pintura directamente sobre el lienzo, sin un dibujo previo ni
arrepentimientos.

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Twitter @HistoriaNG